Un total de 584 personas han fallecido este 5 de febrero de 2021 por covid en España, una de ellas es mi padre. Me rebelo a que mi padre sea una mera estadística, ninguna víctima debería serlo. Por eso esta especie de obituario quiere ser la forma para que conozcas la cálida historia humana que hay detrás de la fría estadística. Os presento a mi padre.
Ingresó el 9 de enero en la UCI del Hospital General de Albacete donde ha luchado y han luchado para que saliera adelante. No pudo ser. Toda nuestra gratitud a médicos/as, enfermeros/as y auxiliares que se han volcado con mi padre y que han mostrado con nosotros y con él una empatía y cariño que nunca olvidaremos.
José Luis González Álvarez nació en Medina del Campo (Valladolid) el 28 de junio de 1941 y ha fallecido en Albacete por covid el 5 de febrero de 2021, a los 79 años de edad. Mi padre deja a mi madre (Maribel), con quien mantuvo una relación plena, llena de amor y complicidad desde los 18 años de edad, a mi hermana (Isabel), a mis hijos (José Luis y María), a mi mujer Isabel, a un servidor, a Leixa (la perra de mi hermana) y al Potter (nuestro perro). Es un secreto a voces que a Leixa la quería un poco más que a Potter ;), pero es normal porque Potter es un cabroncete.
Fue un gran tipo, muy querido por todo el mundo. Mi relación con él fue la mejor posible entre un padre y un hijo. Soy lo que soy y como soy gracias a él. Fue un gran padre, un gran esposo (reitero), un gran suegro y un gran abuelo. Todos hemos sido muy afortunados de compartir nuestra vida con él.

JOSÉ LUIS Y MARIBEL
Nació en Medina del Campo (Valladolid) por el trabajo de su padre que era ferroviario. Esa misma circunstancia laboral les llevó a Palencia a toda la familia y viviendo allí, con tan sólo 10 años, en plena posguerra quedó huérfano de padre. Fue repentino. Su padre no ejerció como tal, fue un tipo severo y distante con su mujer e hijos (mi padre tenía un hermano algo más pequeño que él, Rafael, del que siempre cuidó). Su madre que tampoco ejerció nunca como tal, superada por la situación, buscó cobijo en el pueblo natal de su esposo (Almansa) y tomó la determinación de ingresar a sus hijos de 10 y 7 años en el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Madrid. Ese fue el hogar de mi padre durante muchos años de su vida. Los veranos los pasaba en Almansa, periodos que aprovechaba su madre, beata egoísta y poco compasiva, para buscarle trabajos eventuales de albañilería que sirvieran para traer algo de dinero a una casa muy pobre. Hasta poco antes de morir, mi padre mantuvo el contacto y la amistad con una de aquellas personas que le ayudó en esas labores de supervivencia y con dos amigos de aquellos veranos almanseños. Ya avanzada la adolescencia, una de esas estancias en Almansa propició que conociera a mi madre que vivía allí, en el seno de una familia relativamente acomodada.
El buen carácter de mi padre, su bondad y generosidad, hizo que se guardara para dentro todas aquellas vivencias y nunca tuvo un reproche para nadie, ni tan siquiera para sus padres de los que nunca recibió verdadero amor. Se forjó a si mismo en un entorno hostil al que se supo adaptar. Su etapa en el orfanato dio paso a vivir en una pensión en el centro de Madrid, digamos no muy confortable, que pagaba con su primer sueldo en una pequeña empresa de automoción que le contrató gracias a los contactos del orfelinato. Todos los meses, le quedaba lo justo para comer y coger el tren nocturno a Almansa para ver a mi madre cada cierto tiempo. Siguió formándose de manera autodidacta. Su pasión eran las matemáticas, la física, el dibujo técnico, genes que yo no heredé ni por asomo. Era una persona muy inteligente, con una enorme capacidad de trabajo y muy bien organizada. Siempre ha presumido él de mí, pero lo cierto es que yo no le llego ni a la altura del betún.
Su segundo contrato de trabajo le cambió la vida. Un empresario italiano llamado Caprile (abuelo del diseñador de moda) había montado en Madrid, concretamente en la calle Hermanos García Noblejas, la Fábrica Española de Magnetos S.A. (Femsa) que en 1978 se vendió a la multinacional alemana Bosch. Eran una potencia en la fabricación de baterías para coches. Aquel trabajo le permitió a mi padre casarse en 1966 y establecer la residencia familiar en un modesto piso de alquiler de la calle Vázquez de Mella, en el madrileño barrio de Ciudad Lineal, cerca de la fábrica. Se agarró a la oportunidad y no la desperdició. Tampoco desperdició los incentivos formativos que le pusieron delante: la oportunidad de cursar una ingeniería técnica industrial. Fue el primero de su promoción. Y lo fue trabajando a destajo en la fábrica y cuidando de mi madre, de mí y de mi hermana que ya había nacido (1972).
Tengo buenos recuerdos de aquella fábrica. Mi padre me llevaba a ver al equipo de hockey sobre patines del Femsa que militaba en una categoría importante y me vestía para la ocasión con el traje de fútbol del Athletic de Bilbao que por aquel entonces era su equipo (hay documentos gráficos de aquello). También recuerdo ir al Vicente Calderón a ver dos finales de los ‘leones’, una que ganaron al Castellón (1973) y otra que perdieron en los penaltis contra el Betis (1977). Aquella pasión por el Athletic tenía una explicación, la familia de su madre tenía raíces vascas y de la rioja-alavesa, sus tías ‘vascas’ de Madrid siempre presumían del primo Iñaki (Iñaki Sáez fue lateral derecho del Athletic e incluso llegó a ser seleccionador nacional). En casa se coleccionaban las revistas oficiales del club que yo devoraba. Ya con el tiempo, yo me pasé a otras revistas: Nuevo Basquet y Gigantes, me hice del Estudiantes y él se hizo ‘merengón’. Sin rencores. Mi padre fue de todo menos rencoroso. Era socarrón, contaba chistes muy malos, pero sobre todo era bondadoso. Siempre he envidiado su empatía y capacidad para pacificar (en público y en la sombra, en el ámbito laboral y en el familiar). Era un solucionador nato de problemas y él nunca los creaba.
Su consolidación en Femsa le permitió embarcarse en un proyecto de cooperativas de viviendas que se construyeron al final de Hermanos García Noblejas, en la calle Paredes de Nava, frente al distrito de San Blas, donde prácticamente se acababa entonces Madrid. Una zona dura, pero en constante crecimiento. Ese fue nuestro barrio durante unos cuantos años. Crecer socialmente fue hacer, unos años después, los siete kilómetros en línea recta que separaban, en dirección norte, nuestra modesta casa de Paredes de Nava para mudarnos a una más grande, pero con menos luz, en la calle Jazmín, sita en el Pinar de Chamartín donde terminaba Arturo Soria. En mitad de ese trayecto estaba el colegio donde mis padres quisieron que mi hermana y yo estudiásemos, un colegio laico, moderno, con mucha reputación que les supuso un ingente esfuerzo económico durante muchos años. Quería darnos lo que él nunca pudo tener. Que yo pudiera estudiar una carrera en la Universidad era casi una utopía en una familia donde nadie nunca lo había podido hacer antes. Le hubiera gustado que hubiera seguido con los estudios de Derecho, pero no puso ninguna objeción cuando le dije que quería pasarme a Periodismo. La cosa no salió mal del todo. Mi hermana y yo nos hemos educado en total libertad, siempre me he sentido libre, pero a la vez siempre he sentido que le tenía cerca para aconsejarme o ayudarme cuando venían mal dadas.

Con mi hermana, disfrutando del fresco del norte que tanto el gustaba.
Vuelvo con su meritoria formación. Cuando nadie estudiaba marketing en España, ni los máster estaban de moda, ni eran un negocio como ahora, el entendió que la transversalidad entre su formación como ingeniero industrial y una especialización en marketing aplicada a lo suyo, podría darle ventajas importantes y hacerle crecer profesionalmente. Sacando tiempo y ahorros de la nada, se matriculó y culminó en 1980 su master en Marketing en la Escuela Superior de Estudios de Marketing. Fue todo un reto para él, mi madre tuvo unos años delicados de salud, nosotros éramos pequeños y el fue el bastión fundamental que supo compaginar y salir exitoso de los muchos frentes laborales y familiares que tenía abiertos. Otro reto de mérito fue aprender a conducir a edad tardía. Bien entrada la treintena pudo ahorrar para comprarse un Seat 124 color crema y sacarse el permiso de conducir. El primer viaje familiar Madrid-Almansa para ver a mis abuelos fue todo un acontecimiento. Se viajaba por la vieja carretera nacional, se tardaban un montón de horas y las paradas obligadas para el refrigerio eran: Corral de Almaguer, Mota del Cuervo, Albacete para comprar el periódico en el kiosco de Fátima y Almansa. Guardamos como un fetiche, durante años, el ejemplar del diario El País de aquel primer viaje. Con el paso del tiempo fluctuó entre La Razón y ABC, aunque al que nunca le falló diariamente fue al Marca.
Todo aquel esfuerzo formativo y su experiencia profesional en Femsa, le valieron para que dos importantes compañías automovilísticas se interesaran por él. Tuvo que elegir entre Ford o Porsche. La tentación de tener un Porsche como coche de trabajo no pesó tanto como la estabilidad y perspectivas de futuro que se advertían en Ford. Se conformó con un Ford Fiesta rojo para empezar, luego vinieron otros. Arrancaba así su periplo en la compañía en la que se jubiló y a la que entregó los mejores años de su vida profesional. Su trabajo de coordinación (delegado), a caballo entre Madrid y Almusafes (Valencia), le permitió conocer media España y también viajar a países como Estados Unidos, Alemania o Tailandia. Aquellos grandes viajes, en compañía de mi madre, forman parte importante de la banda sonora de sus vidas.
Cansado del bullicio de Madrid, Ford le dio la oportunidad de montar su cuartel general en Albacete, ciudad a la que mis padres y mi hermana llegaron en 1990 y hasta hoy. En Albacete reforzaron sus círculos familiares con Almansa, generaron una red de amistades inquebrantables. Fue un amigo leal y sincero. Disfrutó y cuidó de una parcela que le entregaron como un secarral y convirtió con su trabajo abnegado en un jardín donde sus nietos pasaron los mejores años de su más tierna infancia. Se implicó en mil y un proyectos, más aún cuando le llegó la jubilación. Destacaría su labor altruista en favor del baloncesto de la ciudad, su apoyo sin fisuras a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) o, ya en la jubilación, sus ganas de seguir aprendiendo a través del seguimiento de todos los cursos posibles que ofertaba la Universidad de la Experiencia, pasando a formar parte de la directiva de Aluex (Alumnos de la UE). Le contagié mi pasión por el baloncesto, me siguió y apoyó sin entrometerse, manteniendo la distancia adecuada, pero consiguiendo que cada vez que visitaba un pabellón para verme jugar, ese día y ese partido fuese especial para mí. Hizo exactamente lo mismo con sus nietos a los que intentaba ver jugar siempre que podía.

Orgulloso de sus nietos, tras ver un partido en Almansa.
Fue un alma inquieta durante toda su vida, una persona con un espíritu de superación brutal que nunca se vino a abajo ante las adversidades y que siempre hizo de la necesidad virtud. A grandes rasgos este fue mi padre y he querido con este obituario presumir de él. Fue una persona con una vida dura, pero plena. Qué dio muchísimo más de lo que recibió. Qué nos quiso y protegió hasta el infinito y del que me siento tremendamente orgulloso.

Nuestro último verano juntos en casa de mi hermana, en Galicia (2020)
Sit tibi terra levis
La plenitud de la vida se mide por las obras y las gentes a que llegan… Qué bonito gesto para recordar a tu padre! Gracias por presentárnoslo desde la mirada del hijo agradecido… Poco puedo decir más… …viendo a las extraordinarias personas a las que ha dado vida… no dudo que ha sido el mejor padre que habéis podido elegir tu e Isa… Y el mejor compañero que vuestra madre escogió! La tierra le será leve …seguro que le será… tened esa paz.
Gracias Miguel, te agradecemos de corazón tu comentario. Un fuerte abrazo
Qué vida tan plena y cuánto bueno dejó a su paso, por lo que se desprende de tus palabras. DEP.
Muchas gracias María. Un abrazo
Hermoso tributo a tu señor padre José Luís.
Tanto gusto.
Te envío un fraterno abrazo.
Muchas gracias Alejandro. Un fuerte abrazo
Me alegro, José Luis, de haber conocido a tu padre a través de un texto repleto de cariño. Un abrazo con todo mi afecto.
Gracias compañero. Un abrazo muy grade
Precioso homenaje, José Luis. Tras perder a mi madre en verano, ahora cuido a mi padre con demencia. Después de leerte, me das fuerzas para lo que tengo encima. Un abrazo.
Gracias Antonio, un abrazo y a mimarles mucho.
[…] Hemos viajado juntos en un año muy difícil, un año que nos ha golpeado muy duro, durísimo, a muchas familias. Demasiadas secuelas, demasiadas cicatrices nos ha dejado este maldito virus. […]