En los últimos años ha habido un incremento estadístico muy preocupante en las manifestaciones del fenómeno de la islamofobia. Probablemente, el país que ha conocido el aumento más sustancial en los sentimientos de rechazo hacia los musulmanes sea Estados Unidos. El odio hacia el Islam y los musulmanes gana más y más adeptos en distintos países occidentales y se cristaliza en algunas políticas de corte fascista. Sería difícil precisar todas las demás causas de dicho fenómeno aunque, al parecer, tanto quienes lo cometen como quienes lo sufren, lo relacionan en gran medida tanto con el fenómeno del terrorismo como con su presentación en los medios de comunicación. Y las estadísticas y encuestas de entidades como Gallup o CAIR lo confirman. Se observan brotes de violencia verbal y física hacia personas e instituciones musulmanas tras los atentados terroristas.
A mi parecer, también es una forma de violencia la manera de retratar a los musulmanes en algunos medios de comunicación que se han convertido en factorías de estereotipos y prejuicios contra el Islam y los musulmanes. Una cadena que destaca en esta industria de la islamofobia es Fox News Curiosamente ha tenido mucho que ver con el ascenso al poder de Donald J. Trump, que quizás es quien más hábilmente ha manipulado y más partido ha sacado a los sentimientos de odio hacia los musulmanes. El autor Sam Harris, por un lado, se ha opuesto a Trump a capa y espada, Pero, por otro lado, le ha servido en bandeja a Trump argumentos para sus posturas islamofobas. Uno de dichos argumentos es que «no existe nada que se llame islamofobia», y su justificación para tal disparate es que las fobias son miedos irracionales, mientras que el miedo a los musulmanes tiene sentido; es algo racional según él. Posturas así me confirman algo que he venido constatando, y es que quienes dicen que la islamofobia no existe suelen ser quienes la están creando.

Entrevista a Trump en la CNN
Como era de esperar, varios think-tanks se han hecho eco de este tipo de interferencias intelectuales que buscan crear un falso debate en torno a la islamofobia y dar una visión opaca de la realidad. Para empezar, creo que las personas mejor cualificadas para determinar si la islamofobia existe o no, no son sociólogos, psicólogos o politólogos. Son más bien quienes la sufren a diario. Los científicos, expertos y académicos podrán determinar quizás con mayor precisión sus causas y sus soluciones, pero ello no les capacita más que las víctimas para entender lo que se siente al ser discriminado y deshumanizado.
Uno no puede evitar oír en las palabras de Harris ecos reminiscentes de los mismos discursos y argumentos que se usaron hace cincuenta o sesenta años para justificar las leyes de segregación entre blancos y negros en EE.UU o el Apartheid normalizado durante décadas. Se argumentaba que el statu quo racista se mantenía en base a que el miedo a los negros es perfectamente lógico; que son una amenaza y que el hombre blanco es naturalmente superior a ellos. De allí que surgieran pseudociencias que intentaron darle una forma racional a la irracionalidad más absoluta. Apareció, por ejemplo, la frenología que afirmaba falsamente que la inferioridad de algunas etnias se debe a relieves en el cráneo. Así nos quisieron entonces convencer de que el racismo es totalmente racional. Así nos quieren convencer hoy de que no se puede hablar de islamofobia, ya que los musulmanes son supuestamente intrínsecamente peligrosos. Tampoco se puede hablar de xenofobia ya que es lógico temer a los extranjeros, según este razonamiento maquiavélico.
Si analizamos con detenimiento la islamofobia vemos que todas las premisas que apuntalan su visión ilusoria del otro son totalmente irracionales. La irracionalidad de la islamofobia radica en que es, en sí, un intento de presentar a los musulmanes como una masa de seres irracionales, cuya razón de ser es “la dominación del mundo”, aunque ello conlleve la eliminación de seres humanos inocentes. Pero si releemos esta definición, nos damos cuenta de que es aplicable, más bien, a las políticas exteriores belicosas de Estados Unidos y algunos de sus aliados que le bailan el agua. De este modo, la islamofobia es una proyección que ejerce el Imperio sobre el otro, siendo los musulmanes el otro por antonomasia. Proyecta los grotescos rasgos que contempla cuando se mira en el espejo.

La representación icónica de la islamofobia.
Más del 90% de las víctimas de los grupos terroristas son personas musulmanas. El hecho de que se señale y denigre a las víctimas como si fuesen verdugos es irracional, aunque no por ello menos criminal. Especialmente sabiendo que el carácter sistemático y persistente con el cual se lleva a cabo indica que es un proceso premeditado, en cuyo caso, sería un acto atroz de difamación de las primeras víctimas del terrorismo.
La islamofobia es una generalización absurda. El terrorismo de los grupos terroristas (valga la redundancia deliberada para diferenciarlo del terrorismo de estado), últimamente viene siendo protagonizado por el DAESH. Un grupo nacido en el vacío que dejó la Guerra de Irak y que aprovechó otros vacíos que causaron las guerras en Siria y Libia. El contingente terrorista de dicho grupo no supera los 100.000, de los que habría que restar las bajas de decenas de miles de combatientes que han sufrido sus filas en 2016 tanto en Irak como en Siria. De ser generosos en beneficio del argumento y considerar a DAESH como musulmanes, la cifra de 100.000 constituiría el ínfimo porcentaje del 0,00006% de los 1.500 millones de musulmanes en el mundo. Y he ahí otra de los muchos aspectos irracionales de la islamofobia.
¿Qué tiene de racional la alarmante generalización que supone señalar como sospechosos a 1.500 millones de personas por culpa de las acciones del 0,000006%?
Quien opine que tal generalización es justificable les estaría dando indirectamente la razón a los terroristas. No hay que olvidar que Bin Laden hizo una analogía idéntica cuando culpó injustamente a toda la población estadounidense por las guerras ilegales y políticas criminales que perpetró la administración Bush.
Es preciso analizar las raíces de la islamofobia con más detenimiento para buscar maneras efectivas de erradicarla. Lo cierto, es que la solución no radica en estar radicalmente desconectados de la realidad; en enterrar nuestras cabezas en la arena y pretender desde nuestras torres de marfil que la discriminación y el sufrimiento de millones de personas no existe simplemente porque mantengamos diferencias dialécticas con el término islamofobia y el grado de racionalidad que encierra su denotación.