Auschwitz o la recuperación de la memoria histórica


Entrada al campo de exterminio de Auschwitz

REPORTAJE (Oswecim-Polonia)

Los inviernos en Polonia son fríos, muy fríos. Durante las peores jornadas de los meses de diciembre y enero se puede llegar a los 30 grados bajo cero. La sensación térmica se vio agudizada durante el primer lustro de los años 40, durante la Segunda Guerra Mundial. La madrugada del 27 de enero de 1945 no se salió de la regla. La nieve cubría la localidad de Oswiecim, medio centenar de kilómetros al oeste de Cracovia, cuando los primeros soldados del Ejército Rojo pasaron bajo la tristemente conocida leyenda El trabajo os hará libres que da la bienvenida a quienes se adentran en el campo de concentración de Auschwitz, ubicado en sus inmediaciones. Probablemente ninguno de ellos se percató del mensaje que sobrevoló sus cabezas por la oscuridad del momento y porque estaba en alemán. Su comité de recibimiento fueron 9000 de cuasi cadáveres andantes ateridos de frío, sucios, hambrientos, agredidos en su dignidad humana y prácticamente sin fuerzas para expresar cualquier tipo de emoción.

En 1939, una vez terminada la Campaña de Septiembre, la ciudad de Oswiecim y sus pueblos cercanos fueron incorporados al III Reich. Al mismo tiempo, los nazis cambiaron el nombre polaco de Oswiecim por el alemán de Auschwitz. El campo de concentración de Auschwitz fue creado en 1940 y destinado, en un principio, a los prisioneros políticos polacos. Muy pronto aquello se convirtió en un campo internacional. Los nazis empezaron a llevar allí a personas de toda Europa, la mayoría de las cuales eran judíos de diferentes países, pero también fue numeroso el grupo de prisioneros de guerra soviéticos y el de gitanos. Entre los apresados de toda Europa, 1.200 españoles perdieron la vida en el horror de Auschwitz-Birkenau. Esa cifra de compatriotas muertos parece ridícula cuando hablamos del más de millón de personas exterminadas en el infierno de este campo entre los años 1940 y 1945.


Hornos crematorios


Cámara de gas de Auschwitz

Torturas

Aquellos terrenos situados a un kilómetro del centro urbano de la diminuta Oswiecim y a poco más de 50 de la gran Cracovia, se convirtieron durante aquellos cinco años en el lugar de martirio y exterminio más conocido de todo el mundo. «El campo se ha convertido en el símbolo del Holocausto, homicidio y terror, infracción de los derechos humanos fundamentales, un ejemplo de las posibles consecuencias del racismo, antisemitismo, xenofobia, chauvinismo e intolerancia. El nombre del campo ha llegado a ser un código cultural específico, empleado para referirse a las relaciones interpersonales más negativas, y un sinónimo de la crisis de la civilización y cultura contemporáneas», destacan los profesores polacos Teresa y Henryk Swiebocki.

Tadeusz Sobolewicz nació en 1923 en Poznan (Polonia). Cuando estalló la guerra fue obligado a abandonar su ciudad, siendo detenido en Czestochowa y trasladado a Auschwitz en el otoño de 1941. «Un día murieron quince personas a mi alrededor mientras trabajábamos. La mayoría de ellos tenían flemones y ulceraciones. El trabajo era horroroso y el hedor no se podía aguantar. Por la tarde, después del trabajo, al levantar un pedazo de pan a la boca sentí que mis manos, a pesar de lavarlas varias veces olían a cadáveres. Comía aunque cada porción de pan parecía empapada de olor de las personas que se habían ido», relata este superviviente polaco.

Según cuenta Tadeusz Sobolewicz, los muertos se producían a miles en un día cualquiera en Auschwitz: «Por la mañana, el estado efectivo de prisioneros era de unos 25.000 y por la tarde, debido a los accidentes de trabajo, fallecimientos en la enfermería, fusilamientos y selecciones, podía bajar a tan sólo 24.000», recuerda.


Alambradas, junto a la cámara de gas

Memoria histórica

Miles, millones de historias como las de Tadeusz, parecen vagar por los rincones de este infierno, reconvertido hoy en un museo estatal, de entrada gratuita, al que se accede en primera instancia atravesando aquella puerta original donde rezaba y reza una irónica inscripción en alemán que dice así: Arbeit match frei (El trabajo hace libre).

El Museo Estatal Auschwitz-Birkenau es en primer lugar un homenaje a las víctimas y seguidamente un punto de encuentro para la educación y la recuperación de la memoria histórica. Todos los años visitan este lugar más de medio millón de personas. La mayoría de ellos son polacos, sobre todo la juventud escolar. Estiman las autoridades locales que de los cerca de 38 millones de habitantes que tiene Polonia, 21 millones han pasado por el museo en algún momento de su vida. Pero además de los polacos, cada vez llegan más peregrinos de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Italia, Israel y Francia. Entre los visitantes aparecen también antiguos prisioneros del campo quienes en numerosas ocasiones cuentan, como Tadeusz, lo que allí vivieron.

Además de los trabajos de conservación, el museo realiza investigación científica, edita sus propias publicaciones, prepara exposiciones que luego se presentan en Polonia y en otros países, desarrolla actividades de debate, organiza conferencias, seminarios y simposios para profesores, estudiantes y alumnos de Polonia y de todo el mundo y finalmente ofrece estudios de postgrado de un año para profesores polacos sobre los temas del totalitarismo, nazismo y Holocausto. «El Museo intenta no sólo presentar los acontecimientos históricos, sino sobre todo perpetuar la memoria de las víctimas del campo, presentar no sólo el número, sino a personas concretas, de carne y hueso, personas que fueron deportadas aquí y que en la mayoría de los casos aquí murieron», destacan Teresa y Henryk Swiebocki.


Zona de vigilancia

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