Nuestra Constitución … se llama democracia porque el
poder no está en manos de unos pocos sino de la mayoría.
Tucídides II, 37
En 1950, la Declaración Schuman, reconocía la necesidad de contar con los mass-media para traducir a la opinión pública las decisiones que empezaban a gestarse en aquella Europa que comenzaba a plantearse unas normas reales de convivencia tras dos guerras fratricidas. Dos años más tarde (1952), otro de los padres fundadores de la actual Unión Europea, Jean Monnet desarrollaba la idea primera de Schuman y ponía sobre la mesa el proyecto de una política informativa destinada a explicar a los ciudadanos y también a los propios periodistas lo que en Europa se estaba gestando. Había que comenzar a formar periodistas que fueran capaces de interpretar con criterio aquello que comenzaba a consolidarse.
Más de cincuenta años después, resulta evidente que el NO a Maastricht de los daneses o el primer NO a Niza de los irlandeses dejan bien a las claras un déficit informativo que es hoy por hoy uno de los principales problemas de la construcción europea. El proyecto europeo necesita de los mass-media para la creación de opinión y es indudable que algo falla. ¿Qué es lo que falla?… para empezar estamos fallando los periodistas que somos un eslabón clave en todo el engranaje de creación de opinión.
Este problema de la desinformación o de la ignorancia es especialmente preocupante en España que es el país de la Unión Europea, junto a Italia, con un peor nivel de información sobre la construcción europea. La mayoría de los ciudadanos españoles no estuvieron bien informados en su momento sobre los pormenores de la adhesión a la entonces Comunidad Europea, luego no consiguieron comprender aquello del Tratado de Maastricht, tampoco Ámsterdam o Niza y hoy por hoy, un 80% de los españoles no sabría enumerar el listado de países que serán miembros de pleno de derecho de la UE el 1 de mayo de 2004. Durante mucho tiempo hemos hecho chistes en España sobre el nivel de incultura del ciudadano medio norteamericano, incapaz de situar a España en un mapamundi, y ahora nos encontramos con la triste paradoja que nosotros mismos no somos capaces de situar en el mapa de Europa a los nuevos países de nuestro club.
La continua desinformación de la ciudadanía española tiene dos culpables: los gobiernos, primero del PSOE y luego del PP que todavía mantienen a conciencia los interesados complejos nacionales, y los mass-media españoles que salvo excepciones muy concretas y muy dignas no han sabido superar esos complejos interesados de nuestros gobernantes. La mayoría de los medios españoles no cuentan con profesionales especializados que sepan transmitir y explicar la realidad europea. Además, en el caso de nuestros responsables políticos, conscientes de que la desinformación o la ignorancia son un excelente aliado para la consecución de sus objetivos, siempre han hurtado a la sociedad española (europeísta por definición) de los debates y referéndum necesarios sobre los momentos claves de todo este proceso, algo que podría cambiar si finalmente la ciudadanía española vota y debate para la aprobación o no de la Constitución Europea. Tampoco podemos obviar en este primer diagnóstico general sobre el déficit informativo a las propias instituciones europeas que en España no han sabido vender bien su producto, caso de la Comisión o el Parlamento Europeo.
El 2 de junio de 1992, Dinamarca votó NO a Maastricht. Por primera vez en la reciente historia de la UE se encendieron todas las alarmas. La política informativa había fallado estrepitosamente, el euroescepticismo había vencido. Por aquella época, en España comenzó a funcionar Infoeuropa, un proyecto de Fundesco (Fundación para el Desarrollo de la Función Social de la Comunicaciones) que tenía por objeto desarrollar una política informativa válida en España sobre el proyecto europeo.
Un informe de Fundesco sobre la época de Maastricht (1) alertaba sobre los siguientes problemas que percibía la ciudadanía entonces (y también ahora) sobre la construcción europea:
1)Imagen generadora de desigualdades nacionales de partida.
2)Sello predominante de lo económico en el debate europeo en los medios de comunicación, escasamente social, escasamente cultural, escasamente participativo y vertebrador de las distintas realidades que introduce una debilidad manifiesta en el proyecto supranacional, por cuanto éste es, a los ojos de la opinión pública, extraordinariamente sensible y vulnerable ante las oscilaciones de la evolución económica.
3)La ausencia de emotividad en el discurso de los medios aleja el latido de Europa del pulso democrático que caracteriza la vida de los pueblos que la integran.
4)Falta de un hilo conductor común en la agenda de los medios y hay excesiva polarización de los flujos informativos en torno a tres países centrales: Alemanía, Francia y el Reino Unido que acaparan el 50% de la atención de los medios, con descuido de la realidad de los países medianos, pequeños y periféricos y en perjuicio para la cohesión supranacional.
En líneas generales, salvo honrosas excepciones, la prensa española no supo explicar Maastrich, tampoco Ámsterdam o Niza, y hablo de prensa porque radio y televisión se limitaron a informar puntualmente del asunto, con mayor o menor accuratio, quedando para la prensa la labor de la interpretación y la opinión. Se optó por la crítica inicial, todo ello dentro de una coyuntura nacional desfavorable que influyó decisivamente en esa crítica. Es decir, una vez más, lo nacional primó sobre lo europeo. Crítica inicial, entusiasmo tras la Cumbre y escepticismo general posterior… esos fueron los vaivenes de Maastricht. Todo quedó oscurecido por una política nacional en crisis que evidentemente vendía más y que marcó la agenda de periódicos, radios y televisiones. Sobre el cometido de los medios, los estadounidenses Merril y Lowenstein, escribían en 1971 una máxima que se mantiene totalmente vigente:
“En el caso de los periódicos, el entretenimiento es un elemento invitado en un medio que es esencialmente un instrumento para las noticias. En el caso de los medios audiovisuales, las noticias son un elemento invitado en unos canales que son esencialmente medios para la diversión. Este dato real tiene implicaciones no sólo en el estilo y contenido de los programas de noticias, sino también en la actitud que adoptan los públicos al acercarse a estos programas” (2)
Asegura Heidi Cristina Senante en su informe sobre la opinión pública española ante el Tratado de la Unión Europea que: “(…) son los Jefes de Estado o Gobierno los que se vanaglorian de haber luchado y vencido por el beneficio de sus respectivos países. Así, Felipe González mostró su mayor satisfacción por la inclusión en el Tratado de la Unión Europea de la cohesión económica y social lo que casi llegó a considerar como un logro personal y español” (3)
Felipe González vendió Maastricht como un éxito personal y tuvo el altavoz de la televisión pública para intentar lograr sus objetivos propagandísticos. Años después, José María Aznar intentó capitalizar la entrada de España en el Euro, coincidiendo con el comienzo de un semestre de presidencia española de la UE que alcanzó los más altos grados de propaganda conocidos.
Los acontecimientos comunitarios van marcando con evidente desorden las pautas informativas de los principales periódicos españoles y efectivamente en momentos claves como Maastricht se echó en falta más opinión… más formación, algo que queda restringido a publicaciones especializadas que
llegan a poca gente y que van más allá del discurso demagógico de Europa como entidad subvencionadora, tecnocrática y poco más. Lo mismo podemos decir ahora sobre los trabajos realizados por la Convención que daban como fruto un histórico proyecto de Constitución Europea, del que apenas se ha hablado en los informativos de las televisiones y sobre el que se ha profundizado todavía poco en los medios impresos.
El debate europeo al que ha tenido acceso la ciudadanía española en estos últimos años en los mass-media se ha movido en el triple eje de la economía, la perspectiva nacional y las ayudas europeas. Gobiernos socialistas y populares nunca se han salido del guión de la perspectiva nacional: vender éxitos relativos a negociaciones que siempre han tenido que ver con la recepción de ayudas de la UE (fondos estructurales y fondo de cohesión). Pero Europa es mucho más. España dejará pronto de ser un receptor nato y el Gobierno de España está obligado a cambiar su política informativa respecto de la UE porque de lo contrario el distanciamiento de la ciudadanía seguirá creciendo. Las Cumbres, que por fortuna se reducirán en número, deben dejar de ser esa especie de circo donde los Jefes de Estado o de Gobierno juegan al mercadeo del interés nacional, olvidando el beneficio supranacional. La identidad europea está en entredicho y lo está porque esa idea de política informativa que promulgaron Schuman y Jean Monnet está muy tocada. Los mass-media, con especial significación la prensa seria y abiertamente europeísta, tienen el complejo reto de desmarcarse de las doctrinas nacionales o nacionalistas y desarrollar sus propias y abundantes agendas sobre política europea. El reto de la Constitución Europea merece un esfuerzo semejante, a pesar de que la Carta Magna europea parta de salida con algún déficit en este sentido.
El profesor Kafel, quién ha ejercido como decano de Periodismo en la Universidad de Varsovia destacaba hace algunos años que: “La finalidad de informar y formar que compete a la prensa es uno de los aspectos más característicos del periodismo escrito de la segunda mitad del siglo XX y, probablemente, seguirá siéndolo durante un largo porvenir, en tanto que la televisión desarrollará un fin de (educación) y diversión. En cuanto a la radio, ella ha elegido ya hoy un camino intermedio”.
Otro profesor, José Luis Martínez Albertos, catedrático de Redacción Periodística en la Universidad Complutense de Madrid, desarrolla el término accuracy (accuratio) para desmontar el mito de la verdad informativa. Básicamente la accuratio tiene que ver con el rigor informativo y ese es el término mágico para afrontar ese complejo reto de la información sobre el hecho histórico de la construcción europea. El déficit informativo del que estamos hablando tiene una relación directa con la falta de rigor. Libros de estilo como el de UPI/Radio se introducían con la siguiente máxima: “The most important ingredient of any story you move is accuracy”. Rigor por encima de todo. Rigor para contar, rigor para formar, rigor para marcar las agendas de los medios, rigor para la formación de profesionales especializados en Europa. Explica Martínez Albertos que:
“Desde el punto de vista de la corrección terminológica, conviene insistir en que el vocablo accuracy tiene su traducción más adecuada en la expresión rigor informativo o precisión en los datos. Hay autores españoles que se inclinan por el término verdad informativa o nivel de verdad. Sin embargo, desde un enfoque profesional y sociológico, el uso del concepto verdad introduce un factor de carácter filosófico que perturba el correcto planteamiento del tema”.(4)
En Estados Unidos, la Accuracy in Media, con sede en Washington D.C. es una asociación que, entre otras cosas, distribuye por todo el país columnas periodísticas semanales y boletines mensuales con el fin de denunciar casos de error, distorsión u omisión en los trabajos informativos de todos los medios de masas. En Europa, el profesor holandés, MacQuail define la accuracy como “una cuestión que afecta a la correspondencia entre el relato y la realidad y también a cualquier otra versión fiable de la realidad, especialmente en aquellos asuntos relativos a hechos que requieren explicación pormenorizada de nombres, lugares, atribuciones, tiempos, etc”.(5)
La actitud favorable del ciudadano español respecto a Europa –por razones históricas-no se ve reflejada en la producción de información rigurosa que provoque un aceptable conocimiento sobre las cuestiones fundamentales del proyecto europeo por parte del español medio. España tiene el peor nivel de información sobre la construcción europea de toda la UE. Según el Eurobarómetro, el 62% de los españoles no estuvo informado sobre las cuestiones básicas del Tratado de Maastricht, porcentaje que se eleva con Ámsterdam y Niza y que alcanza el 73% cuando se les pregunta sobre la Constitución Europea y la Ampliación de la UE.
Sólo cuando los mecanismos mediáticos del Gobierno se ponen en marcha, fundamentalmente a través de la televisión pública española, es entonces cuando aumenta el grado de interés de la ciudadanía por los asuntos europeos. Eso ha ocurrido cuando durante los últimos años España ha tenido ocasión de presidir semestralmente la UE, tanto con gobiernos de Felipe González como luego de José María Aznar. En este sentido llama la atención el siguiente dato del Eurobarómetro que ha perdurado en el tiempo. Tras la Cumbre de Maastricht, cuando España tuvo oportunidad de presidir la UE, el 76,2% sabía que España presidía la Unión Europea, con Felipe González a la cabeza. Años después, un 80% de la ciudadanía española sabía de sobra que España presidía la UE tras la entrada en vigor del Euro, con José María Aznar como mandatario de turno, pero ni aquel 76% de 1992, ni el 80% de 2002, tenían conocimiento de los aspectos más básicos del Tratado de Maastricht, ni de los contenidos de los temas principales de la agenda de la presidencia española del Euro, respectivamente. En el caso último que nos ocupa la accuratio brilla por su ausencia, ya que el rigor muere directamente a manos de la propaganda y el márketing político y el principal problema es que la inmensa mayoría de los medios de comunicación hacen un vergonzante seguidismo, fruto de una ausencia preocupante de agenda propia sobre asuntos europeos.
Sobre la agenda de los medios se ha escrito mucho, es un tema capital estudiado incluso en profundidad por la sociología, con trabajos de referencia como la teoría desarrollada por la profesora alemana Elisabeth Noelle Neuman sobre la Agenda Setting. Sepamos lo que dice sobre este asunto el profesor Manuel López, de la Facultad de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona: “Confeccionar la agenda temática de un medio de comunicación, sea prensa escrita, radio o televisión, comporta tener en cuenta el pasado, controlar el presente y otear el horizonte. Muchas veces los medios establecen una agenda de temas que no se corresponde con la realidad, pero para el público sí es una realidad o, cuando menos, los temas que son más importantes. Éste es el concepto negativo del proceso de producción de la agenda temática del medio, que los periodistas han de combatir frontalmente. La agenda temática es la parte más difícil del periodismo porque requiere una buena dosis de profesionalidad para obtener productos coherentes y equilibrados. Todo empieza con las previsiones, pasa por la plantilla y acaba bajo la exigente crítica del público” (6)
La conclusión parece clara, una ausencia de agenda sobre asuntos europeos o una agenda marcada por el Gobierno de turno distorsionan enormemente la realidad que sobre la UE llega a la ciudadanía y provoca el déficit informativo del que estam
os hablando que en España alcanza límites preocupantes.
El reto periodístico de la Constitución Europea
Dicho lo dicho, lo cierto es que el proyecto europeo no para, sigue su curso con paso firme, superando duros varapalos como la crisis interna provocada en el seno de la UE por el conflicto de Irak. Por fortuna, –aunque quede mucho camino por recorrer en este sentido- Europa está por encima de sus gobernantes de turno, algunos muy grises, tenazmente nacionalistas e incapaces de asumir el verdadero papel que cada uno tiene en este gran teatro europeo. El proyecto de Constitución Europea que está sobre la mesa, redactado por la Convención sobre el futuro de Europa que ha presidido el ex presidente de Francia, Valery Giscard d’Estaing, es un enorme reto, es el gran triunfo de la Unión Política que por una vez cobra protagonismo sobre la Unión Económica.
El proyecto de Constitución europea plantea novedades importantes sobre el futuro de la UE, novedades en la presidencia del Consejo Europeo, en la política de Exteriores y Defensa, en el funcionamiento de las instituciones con una Comisión acotada a catorce miembros y con un derecho de veto que se va reduciendo paulatinamente. Novedades de todo tipo y muy diversas, un gran abanico de ellas, como la inviolabilidad de las fronteras, una propuesta española para acotar los planes soberanistas del Gobierno vasco que consiste en que la UE respetará las funciones esenciales del Estado, en particular las que tienen por objeto garantizar la integridad territorial del Estado. En la Cumbre de Salónica de junio de 2003, los padres de la Constitución europea presentaron un proyecto que ahora se debate y que deberá ser ratificado por los parlamentos de los distintos países. Maastricht, Ámsterdam y Niza pasarán a la historia, el presente y futuro político de Europa se centra en una Constitución que para unos se pliega a los intereses de los Estados, sobre todo los grandes, y para otros avanza peligrosamente hacia la potenciación de la supranacionalidad. Una Constitución que para unos es revolucionaria y para otros excesivamente conservadora.
Estamos, por tanto, ante un reto de proporciones enormes para los mass-media, fundamentalmente para los españoles que tienen una oportunidad envidiable para paliar el déficit informativo del que venimos hablando. Apelando a la accuratio como principal arma para abordar este asunto y deseando que el tema que nos ocupa también ocupe las agenda de los medios más influyentes, el periodismo serio tiene el gran reto de explicar a la ciudadanía este momento histórico de la construcción europea: la previsible aprobación de una Constitución para todos los europeos. Se trata de una labor complicada por distintos motivos.
Estamos en un momento de responsabilidad mediática y, por supuesto, de necesaria responsabilidad en quiénes nos gobiernan. La irresponsabilidad en materia de política informativa del Gobierno irlandés provocó una situación de caos cuando Irlanda dijo NO al Tratado de Niza. La Constitución de la República de Irlanda obliga al Gobierno a convocar referéndum para estas y otras cuestiones. Pues bien, la desidia del Gobierno de Bertie Ahern y la misma actitud de la prensa irlandesa, provocaron una enorme abstención que favoreció a la minoría de euroescépticos que siempre se movilizan. La apacible sociedad irlandesa, ejemplo de crecimiento singular gracias a su condición de país comunitario receptor de fondos estructurales, no fue informada convenientemente sobre las consecuencias del SI y el NO. Casi nadie entendió lo que se votaba, muy al contrario de anteriores consultas del Estado sobre el divorcio o el aborto, y fueron mayoría los que optaron por quedarse en su casa. El NO irlandés paralizó la Ampliación hacia el Centro y Este de Europa. Como es sabido, la maquinaria informativa se tuvo que volver a poner en marcha para subsanar el desliz y a la segunda los irlandeses aprobaron Niza.
El 60% de los ciudadanos españoles consideró en su momento necesario un referéndum en España para aprobar el Tratado de Maastricht. Los españoles opinaban que una decisión tan importante no se debía tomar sin conocer lo que pensaba la gente. Gente, por otra parte que como ya hemos venido explicando, estaba desinformada sobre los contenidos de Maastricht. ¿Interesa la desinformación?,¿qué riesgos se corren?, sea lo que fuere, lo cierto es que la ciudadanía demanda más implicación en la construcción europea, pero esa ciudadanía, como dice el periodista Andrés Ortega, “vive en un mundo ignorado”.
“El mayor problema que puede tener España ante esta nueva Europa es su desconocimiento, como sociedad, de lo países que en mayo de 2004 van a ser sus nuevos socios en la UE. La sociedad española es de las que, según apuntan todos los sondeos, más apoyan la ampliación de la Unión, pero también la que menos conoce ese mundo que se abre en el Este” (7).
Un informe del Real Instituto Elcano, de febrero de 2003, apuntaba que el porcentaje de españoles que no identifican correctamente ninguno de los países de la Ampliación es del 80%. El país más conocido por el 20% restante es Polonia. Los resultados de las últimas encuestas del Eurobarómetro también son preocupantes, e inciden en lo ya comentado: la española es la sociedad europea con más bajo nivel de conocimiento de los países de la Ampliación. En el año 1992, cuando se planteó la necesidad de implicar a la ciudadanía española en un referéndum sobre Maastricht, las encuestas reflejaban que un inquietante 43% de los españoles se acogía al NS/NC (no sabe, no contesta), por un 39% que hubiera votado SI y un 18% que hubiera votado el NO.
Doble reto por tanto para España en este momento histórico de la construcción europea, el reto de la Constitución y el de la Ampliación. Retos que deben ser convenientemente explicados a una ciudadanía que no debe sentirse, una vez más, ausente del proceso. Una ineficaz política informativa sobre la Constitución podría provocar la desidia irlandesa y no saber encauzar informativamente el tema de la Ampliación podría generar contradicciones en una sociedad que quizás no llegue a entender todavía que con la Ampliación se gana si se ganan los nuevos mercados, pese a salir paulatinamente del grupo de países receptores de fondos estructurales y de cohesión. Todo ello cobra mayor importancia, si como se ha anunciado, los españoles seremos llamados a referéndum para votar la Constitución europea.
(1)La Unión Europea en los medios de comunicación, 1995, Madrid, Fundesco
(2)MERRIL Y LOWENSTEIN: Investigative and In-Depth Reporting, Hasting House, Nueva York (Estados Unidos), 1978
(3)SENANTE, Heidi Cristina: La Opinión Pública española ante el Tratado de la Unión Europea, Alicante, 1999, Texto Universitaris
(4)MARTÍNEZ ALBERTOS, José Luis: Periodismo, en Diccionario de Ciencias y Técnicas de la Comunicación (dirigido por Ángel Benito), Madrid, Ediciones Paulinas, 1991
(5)DENIS, McQuail, Media Perrmance, Londres, Sage Publications, 1992
(6)LÓPEZ, Manuel, Cómo se fabrican las noticias, Barcelona, Paidós de Comunicación 9, 1997
(7)ORTEGA, Andrés, España, en la nueva Europa (artículo), diario El País, 16 de junio de 2003
muchas gracias por la cita.
saludos
manuel lopez