La Constitución irlandesa tiene el ‘defecto’ de hacer pasar por el filtro de la ciudadanía cualquier cuestión que afecte de una manera notable a la convivencia de los irlandeses. En este pequeño país de poco más de tres millones de habitantes se convocan referendos un día sí y otro también, las más de las veces por cuestiones locales (muy sonados fueron los del divorcio y aborto), pero en otras ocasiones para pronunciarse sobre tratados comunitarios (Niza primero y ahora Lisboa) que atañen a millones de europeos. Dicho lo dicho, hay que valorar positivamente estos mecanismos de participación ciudadana, aunque el problema es que dichos mecanismos, cuando las consultas resultan complejas, motivan abstenciones elevadas que provocan resultados ‘descafeinados’, democráticamente hablando…
Ya pasó con ‘Niza’ y ahora vuelve a pasar con ‘Lisboa’, la construcción europea requiere de una didáctica extraordinaria que la mayoría de las veces no se cumple…. y eso se paga. Explicar Europa es farragoso incluso para los irlandeses que son el estado de la UE que más se ha beneficiado de pertenecer al club comunitario. Irlanda presume con orgullo desde hace años de haber superado el PIB de sus vecinos ingleses. El ya famoso ‘milagro irlandés’ se maneja en unos parámetros muy claros, por un lado una fiscalidad absolutamente atractiva para las empresas, con un impuesto de sociedades que requiere la mitad de gasto que en España, y por otra parte un extraordinario aprovechamiento del fondo de cohesión y los fondos estructurales que se emplearon muy bien en proyectos empresariales relacionados con las nuevas tecnologías e I+D. Todo ello unido, al buen acomodo que encontró Irlanda en el euro, propició a finales del siglo pasado el ‘boom del trigre celta’.
Dicho lo dicho, la pregunta es obvia… ¿y por qué son tan desagradecidos con Europa?… y la respuesta es obvia: porque Europa sigue teniendo uno enorme déficit de comunicación que le lleva a encrucijadas como la que nos encontramos hoy mismo. El SÍ no ha sabido movilizar al electorado irlandés, un SÍ absolutamente institucional y poco didáctico que ha dejado a más de uno indiferente, en casa o en la taberna tomándose una pinta de Guinness y meditando sobre la jornada de 65 horas, sin ganas de ir a votar. Este tipo de consultas, si no son ‘populares’ no movilizan y la abstención es siempre brutal. Y el resultado de una abstención brutal es un beneficio evidente para quien plantea el NO que se moviliza mejor, y sabe llegar a sus caladeros de votos, dispares, pero fieles. Blanco y en botella…. ¡crisis a la vista!
De todos modos, yo no me movería en escenarios apocalípticos, del tipo: Europa se muere, se rompe la UE, Irlanda paraliza Europa… yo diría más bien que este referéndum irlandés frena el plan B sobre el que la UE trabajaba tras los noes de Francia y Holanda hace un par de años. La historia de la UE se escribe dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás, y así seguirá siendo. Discrepo con quienes imbuidos por la crisis patria hablan de casi un punto y final. La paradoja de mi querida Irlanda nos lleva a un plan C, en la línea que ocurrió con el primer NO al Tratado de Niza. Las alarmas sonaron, la maquinaria de la didáctica europea se puso en marcha y unos meses después aquel tratado fue ratificado en un segundo referéndum por los irlandeses. Algo similar ocurrirá con el Tratado de Lisboa, un texto de mínimos de lo que pudo ser y no fue una Constitución para Europa. ¿Problemas?, pues que más allá de solventar la ‘papeleta’ irlandesa, todavía quedan algunos otros países por ratificar el texto aludido y un ‘efecto dominó’ si que podría ser nocivo, máxime cuando nos referimos a estados con poca didáctica europea.